
Colón, un municipio marcado por la memoria histórica, fue epicentro de la Guerra Cristera, un conflicto armado que estalló en 1928 en defensa de la libertad religiosa. Desde las alturas del cerro de Las Cruces, sus habitantes vieron cómo las torres de la parroquia y la Basílica de Soriano se convirtieron en testigos de esta lucha por la fe frente a las fuerzas federales. Pese a su valiente resistencia, el municipio pagó un alto precio: años de olvido y marginación por parte de los gobiernos revolucionarios.
El movimiento Cristero en Colón, el único en el estado de Querétaro, fue impulsado por líderes carismáticos como el sacerdote Jesús Frías, la valiente Agripina Montes Valdelamar, conocida como «La Coronela,» y el teniente coronel Norberto García de la Vega. Juntos, junto a una comunidad de hasta 300 colaboradores, realizaron actividades para fortalecer el movimiento, que se fundamentó en la ferviente religiosidad del pueblo y su deseo de preservar las tradiciones católicas.
Las heridas del conflicto siguen visibles en la Basílica de Soriano, donde se conservan marcas de balas de la lucha y memoria del sacrificio de quienes defendieron la fe. Sin embargo, muchos pobladores aún temen hablar abiertamente de su participación en la cristiada, como resultado de represalias y persecuciones que continuaron después de que los cristeros depusieron las armas en 1929.
Aunque el registro histórico ha sido escaso, se han realizado esfuerzos para recordar y rescatar la memoria de estos eventos, incluyendo eventos conmemorativos y exhibiciones. La historia de Colón es un testimonio de la lucha por la libertad de creencias en un contexto de opresión, y aunque muchos relatos y experiencias permanecen enterradas en la memoria colectiva, el legado de esos cristeros continúa vivo en el corazón de la comunidad.